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miércoles, enero 22, 2014

Yo también maté gatos de crío


Una de las pocas cosas que echo en falta de escribir a diario en los periódicos son las tensiones, apreturas y los mire usted que se montaban casi a semana por cualquier pajarraca que se publicada. Confieso que el arriba firmante tenía entonces una especial predilección por los detalles truculentos, escabrosos, surrealistas y tremendistas, tan abundantes y fértiles en Aragón. Considera uno que añaden poso y cierto regusto a temas y asuntos que de otra forma el lector no se tragaría. Así que a veces -eso hay que reconocerlo-, se juntaba el hambre con las ganas de comer, y el especial del día en el periódico venía servido en forma de reportaje a palos, crónica con cartuchos de posta o en forma de banderilla de artículo sin reglamentar.

Una vez en el bar de un pueblo en el que me reconocieron después de la resaca de uno de aquellos reportajes de los que les hablo me dijeron: “Usted –perdone que sea así de franco- pero más que un escritor parece un periodista suicida, un francotirador de esos… Sí señor”. A continuación me invitó al café y me enseñó las últimas obras del pueblo.

Les cuento todo esto porque en los últimos días me venía rondando en la cabeza una anécdota de aquellas andanzas que pocas veces he contado. Escribo de memoria porque últimamente ando algo vago para echar mano de la hemeroteca, pero fue algo así: Se inauguraba en Alloza, una localidad minera del Bajo Aragón turolense, la recuperación de un entorno a las afueras del pueblo. Los vecinos y el ayuntamiento habían limpiado y desbrozado durante semanas la vaguada donde todavía resistía un antiguo acueducto y habían colocado bancos, farolas e incluso estatuas, quedando un estupendo lugar donde disfrutar de un paseo en la naturaleza respirando aire puro a la sombra de viejos árboles que crecían a la orilla de un riachuelo. La verdad es que el sitio había quedado como el oro.


Parque Escultórico `Los Barrancos' de Alloza. Fuente: http://paseosescapadasyviajes.blogspot.com/ 


Decenas de vecinos, alcaldes vecinos y unos cuantos diputados se juntaron allí para tan señalado acontecimiento. Poco antes de cortar la cinta, el alcalde, Manolo Royo, que no me acuerdo de qué partido era pero que da lo mismo, y a quien siempre le he tenido un cariño especial porque es un tipo tremendo y un hombre de los pies a la cabeza, agarró el micrófono y entonó unas palabras de solemnidad: “Queridos vecinos… Inauguramos hoy un parque en un sitio al que antes sólo veníamos de críos a tirar flechas y a matar gatos... Hemos colocado estas estatuas de un escultor allocino del que partió toda la idea y que nos las ha cedido. Hoy podemos sentirnos orgullosos de nuestro pueblo y nuestra gente. Cosas así son las que hacen falta en esta tierra”.

A continuación hubo merienda y no me acuerdo si también jotas, pero a mí ya me pillaron de camino a la redacción. Como se imaginarán, un detalle tan grandioso y apetecible como la mención del alcalde a las flechas y los gatos no lo podía dejar escapar, y palabra por palabra escribí aquello mientras –por qué no decirlo- me salivaba el colmillo dándole a las teclas.

El reportaje de la inauguración del parque escultórico de Alloza salió publicado a toda página y al día siguiente al mismo punto de la mañana recibí la llamada que ya me barruntaba: “Zardoya, pero mira que eres cabrón… El reportaje es tremendo y te lo agradezco, las cosas como son, pero lo de los gatos… Yo no digo que no lo dijese, porque lo dije y lo mantengo, pero hijo mío… ¿estabas obligado a escribirlo todo…?”. 

Luego colgó. Meses o semanas más tarde Manolo y yo nos volvimos a encontrar por otros motivos y nos saludamos como siempre, porque ya les he dicho que Manolo es un gran tipo. Pero el día de aquella llamada no se lo dije, y me parece recordar que me intenté fajar a Manolo y su cabreo quitándole importancia a la anécdota, así que he de confesar ahora que yo también maté gatos de crío. Mi hermano, mi abuelo y nuestra difunta gata podrían dar fe de ello. E hice muchas otras cosas peores como robar bicicletas y melones, romper farolas, comer huevos crudos, construir cañones o quemar pajeras sólo para ver cómo ardían. 

También intenté con escaso éxito convertir la mula mecánica de mi abuelo en un helicóptero. Y levanté fuertes de cañas en Los Olmares. Y taponé acequias e inundé caminos. Y otra vez, Manolo, para que lo sepas, metí una avestruz en una discoteca a las cuatro de la mañana en plenas fiestas del pueblo. Y también hubo otras hazañas y proezas como aquella de cuando –con la ayuda de otros sinvergüenzas- conseguimos parar el tren a Barcelona pegándole fuego a unos fajos de sarmientos en las vías. De muchas de aquellas cosas me arrepiento y de otras no. Y hay algunas más que me las callo. Pero sí, Manolo, aquel día no te lo dije, pero yo también maté gatos de crío.



  Fuente: http://www.fotocommunity.es/



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