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martes, marzo 05, 2013

A María, letra M




A María Moliner poco a poco la van sacando del ostracismo cultural en el que ha vivido demasiadas décadas por culpa de unos y otros en un país tan retorcido y difícil como España, que tanto le debe. Creo que se está preparando una ópera sobre su vida y hace poco me enteré que han subido a la escena teatral su enorme figura con una obra que se titula, como no podía ser de otro modo, "El diccionario".

A la lexicóloga aragonesa la interpreta la actriz Vicky Peña, que según los críticos está estupenda en el papel. Pueden leer una interesante entrevista con la actriz acerca de la obra aquí.

He de confesar que María Moliner siempre ha sido una de las debilidades del arriba firmante. Su discreción, rigor, modestia, lucha interior, su inmensa fuerza, y sobre todo, la ambición personal de esta mujer increíble en plasmar en un propio diccionario todo su saber léxico, contraponiendo el canon establecido por la RAE en la época, es una de las mayores hazañas culturales de la historia de la humanidad.

Con su permiso, me cito a mi mismo y recupero un viejo artículo que publiqué en el periódico La COMARCA del Bajo Aragón hace unos años con motivo del 110 cumpleaños de esta mujer universal e irrepetible:


A María, letra M (30-03/10)


Hoy se cumplen 110 años desde que María Moliner viese la luz en su Paniza natal. Algo debe de tener ese bendito pueblo escondido entre viejos viñedos para que en apenas unos años allí naciesen la mayor lexicógrafa que ha dado España y uno de sus mejores poetas: Ildefonso Manuel Gil. 
María Moliner -que Dios la tenga en su gloria- llevó a cabo ella sola lo que no pudieron hacer una cincuentena de académicos de la RAE a lo largo de más de un siglo: un diccionario. Lo acabó en 1966 y desde entonces fue el más vendido y el más completo para el uso correcto del español. También es el más útil, divertido -todo lo que puede ser un diccionario de 3.000 páginas- y seguramente el más ameno de nuestra lengua.

A lo largo de casi veinte años y sus miles de largas horas, María se entregó a una tarea de titanes que no ha tenido ni tendrá parangón en la historia de la filología mundial. Gabriel García Márquez, que admiró mucho a la aragonesa, le dedicó un bello artículo en El PAÍS hace casi treinta años donde explicaba su proceso de trabajo. En 1951, cuando los hijos ya habían abandonado el nido familiar, la de Paniza se vio con demasiado tiempo libre y demasiadas fuerzas y se sentó en su terraza a escribir su diccionario. Al principio le dedicó dos o tres horas al día, pero a medida que sus hijos se fueron casando incrementó el ritmo. Al final, trabajaba casi doce horas en él, más sus cinco en la biblioteca. García Márquez, quien siempre ha tenido debilidad por estas historias de tenacidad sin límites, rememoró la gesta de la aragonesa en ‘Cien años de soledad’ y su José Arcadio Buendía, quien se retira del ejército para hacer y deshacer pececitos de oro en su casa tras emprender mil insurrecciones.


Una vez le preguntaron a un hijo de María Moliner cuántos hermanos tenía. “Dos varones, una hembra y un diccionario”, contestó. Sabía muy bien de qué hablaba. Calculó María que su diccionario le llevaría dos años de trabajo; cuando llevaba diez, andaba por la letra eme. Su marido a veces medía a escondidas con una cinta métrica los fajos de papeles y fichas bajo los que se escondía la filóloga y daba cuenta a sus hijos. “Otros dos años”, les decía.


Si alguna pega hay que ponerle a María Moliner y a su magnifico diccionario es que huye de intentar incluir cualquier taco o palabra malsonante. Y es que, María siempre fue una mujer muy decente. Por suerte, los que escribimos en español y tenemos debilidad por el arte del insulto tenemos a Camilo José Cela, y su ‘Diccionario secreto’, que de todo esto andan bien sobrados los libros del gallego. En 1972 fue la primera mujer candidata a entrar a la Real Academia de la Lengua. No la aceptaron por mujer y por ser una simple bibliotecaria. La aragonesa, en su humilde grandeza, agradeció con elegancia el desquite y el no tener que leer el discurso de entrada: “¿qué podría decir yo, si toda mi vida no he hecho más que remendar calcetines?”.



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